Sus pasos la llevaron hacia la estación de Metro de Iglesia. Bajó las escaleras hasta la reja que impedía la entrada. Sentía una imperiosa necesidad de acceder al interior, así que invocó un conjuro de Apertura sobre el candado. Aunque era un conjuro sencillo, la agotó más de lo que
esperaba, y tuvo que apoyarse en la pared para recobrar el aliento antes de entrar a la estación.
Todo estaba oscuro, así que encendió la pequeña linterna que, en un impulso, había metido al bolso unos días atrás. Descendió las escaleras, saltó el torno y penetró en la vacía estación, hasta llegar al andén. Bajó a las vías, y comenzó a caminar en dirección a la estación de Bilbao por el túnel.
Al cabo de unos minutos, su linterna iluminó una estación desconocida. En un cartel, prácticamente ilegible por los graffitis se podía leer "Chamberí". Subió al andén desde la vía, y recorrió con la luz de la linterna las paredes pintadas y sucias de la estación fantasma. Oyó unos
pasos delante de ella, y se sobresaltó.
-¿Quién está ahí?-preguntó, mientras retrocedía unos pasos y sacaba el revólver de su funda.
-Sabía que lograrías encontrarme. Sabía que tu instinto no te fallaría.
Gabriel. Más despeinado. Sucio, con la ropa arrugada. Manchado. Mientras surgía de las sombras para acercarse a ella, Amanda no pudo dejar de notar la tensión que transmitía, el miedo, el contraste con el Gabrriel apuesto, despreocupado que ella estaba acostumbrada a ver.
-Tienes que sacarme de aquí, llevarme a un lugar seguro- dijo Gabriel.
-Pero... ¿qué te ha pasado?- preguntó Amanda. -He intentado localizarte mediante la magia, pero me ha sido imposible, y ahora casi no puedo hacer ni los conjuros más sencillos.
-Así que eras tu... Intentaba ocultarme de la localización mágica, esperando que tu intuición te guiara hacia mí. Pero tenemos que irnos, tenemos que irnos ya, antes de que nos encuentren...
-¿Qué nos encuentren? ¿Quién? ¿Qué está pasando?
-Estamos en guerra. Déjame que te cuente...