Cuando empezó la universidad, su "don", por llamarlo de alguna manera, se había vuelto más fuerte, y más insistente. Nunca tenía problemas para encontrar un sitio donde aparcar, ni para acertar la respuesta correcta en un examen de tipo test. Y, con la locura característica de la juventud, empezó a llamar la atención. Sus profesores se admiraban de sus notas, sus compañeros envidiaban la soltura que tenía en los exámenes.
El día que cumplió 21 años estaba en clase cuando tuvo una fuerte premonición: estaba en peligro. Era tan fuerte que le dolía la cabeza, y salió corriendo del aula, sin dar ninguna explicación, ante la atónita mirada de su profesor y sus compañeros. Salió al campus y huyó de algo que no podía ver, pero que percibía claramente a sus espaldas.
Finalmente, se encontró en el aparcamiento, prácticamente desierto ese día. Se acercó a su coche, asustada, temerosa. No veía a nadie, no oía nada extraño, pero sentía claramente una respiración cercana, una presencia que la acechaba. Sin dejar de mirar hacia atrás, retrocedió y retrocedió hasta que chocó contra su coche.
No encontraba las llaves. Rebuscó frenética todos sus bolsillos, pero no las encontraba. La... presencia... se encontraba más cerca de ella, cada vez más hasta que...
-¿Puedo ayudarte?- un chico de veintitantos años la rozó en el hombro. Ella gritó asustada. Él le dijo: -No pretendo hacerte nada, tranquila, ¿qué te pasa?
Todavía intranquila, Amanda se inventó una historia sobre alguien que la estaba siguiendo. Él la miraba muy serio, poniéndola cada vez más nerviosa, hasta que él dijo: -Lo que has sentido era un Barguest. No sabía que todavía quedaran por aquí. ¿Quieres ayudarme a cazarlo?
Ella le miró extrañada. Así conoció a Ricardo, sin saber que su destino estaba entrelazado al suyo.
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