jueves, 31 de mayo de 2007

Amanda (III)

Al salir del cine ya era tarde. Ricardo y Amanda bajan al parking, prácticamente desierto. Acaban de celebrar el vigésimo segundo cumpleaños de la muchacha, con una cena temprana en un restaurante y viendo una película de las que le gustan a ella. Aunque a ella le atrae mucho Ricardo, éste se muestra ligeramente distante en todo momento, sin responder a su leve flirteo. Amanda estaría dispuesta a dar el primer paso, pero teme perderle como amigo, como mentor.

El parking está desierto. Ricardo se detiene justo en el centro de una plaza, y mira a su alrededor. No hay nadie a la vista. Ella se detiene a su lado.

-¿Qué sucede?- pregunta Amanda.

-No estoy seguro, pero hay algo extraño cerca. Hay marcas de tiza en esa columna, y también en aquella...- señala a dos columnas del parking, y ahora ella puede ver las señales. Son como pequeños pentáculos dibujados con tiza.

De repente, él la agarra del brazo, tira de ella, le grita que corra, asustándola. Amanda cree que no pasa nada, que su intuición la avisaría, igual que cuando estaba siendo acechada por el Barghest, y se resiste. Pero entonces se percata de que las sombras tienen una cualidad más espesa, como si la luz no pudiera penetrarlas. Ricardo sigue tirando de ella, pero el tiempo parece haberse detenido. De las sombras surge un silbido, una bocanada de aire malsano. Siente que algo se acerca a ella...

El sonido del teléfono la sobresaltó. Se había quedado dormida en el sofá. Desorientada, se acercó al teléfono, pero el timbre de llamada se interrumpió antes de poder cogerlo. Amanda se fue a la cocina, donde sacó un vaso frío de la nevera. Hacía mucho tiempo que aprendió a prestar atención a sus sueños, sobre todo a los que le traían a la memoria recuerdos del pasado. En aquella ocasión, Ricardo y ella huyeron de un Trémulo, una criatura de sombras y odio.

Cuando volvía a su habitación, se percató que la luz del contestador estaba parpadeando. Aunque no era partidaria de utilizar la magia para cosas pequeñas, estaba demasiado cansada, así que con un pequeño hechizo pulsó a distancia el botón de recuperación. La voz de Gabriel sonó por toda la habitación.

-¿Dónde estás? Necesito tu ayuda. Y la necesito pronto. Por favor, estoy metido en un lío tremendo y necesit.- La llamada se cortó bruscamente.

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