Para salvar su propia vida, tendría que matar. Era inevitable. Vivir o morir. La ley de la selva, y todo eso.
Armándose de valor, cogió su arma. La sentía extraña en la mano, no estaba acostumbrado a su peso. La movió ligeramente a izquierda y derecha, intentando retrasar lo inevitable.
Su víctima estaba quieta, de espaldas. Era el momento propicio. Se acercó despacio, intentando no alertarla.
Con un fuerte golpe, la mató. El sonido al aplastarla le puso los pelos de punta. Al fin había acabado con ese maldito mosqito. Quizás ahora podría dormir en paz, sin ese zumbido constante...
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